La circuncisión fue instituida por Dios los tiempos de Abraham. Circuncisión
era la ceremonia donde era cortada la piel que cubre la cabeza del órgano
genital masculino, también llamada de prepucio. Algo bien parecido con la
cirugía de fimosis realizada nuestros tiempos (vea foto abajo). Era realizada
en los niños al octavo día de vida: “Lo que tiene ocho días será circuncidado
entre vosotros, todo macho en vuestras generaciones…” (Gn 17.12)
Su significado era mucho más profundo del que simplemente un corte visible hecho en la carne.
Su significado era mucho más profundo del que simplemente un corte visible hecho en la carne.
La circuncisión
mostraba que aquel niño formaba parte de la alianza de Dios hecha con el pueblo
de Israel. ES claro que no era sólo el corte en la carne que hacía con que el
niño, y más tarde el adulto, fuera alguien que andaba en la presencia de Dios.
Era necesario obediencia a la leyes del Señor para que, efectivamente, la circuncisión
tuviera realmente valor.
La circuncisión también era realizada en los esclavos que no tenían la sangre Israelí, pero que formaban parte del pueblo. “todo macho en vuestras generaciones, tanto el esclavo nacido en casa como el comprado a cualquier extranjero, que no sea de tu estirpe. Con efecto, será circuncidado el nacido en tu casa y el comprado por tu dinero; mi alianza estará en vuestra carne y será alianza perpetua.” (Gn 17. 12-13)
En el Nuevo Testamento, la palabra circuncisión era usada para apuntar para aquellos que eran Israelíes (judíos). El término, sin embargo, gana un significado más profundo en las cartas de Paulo, donde él introduce el concepto de “circuncisión del corazón”, que significa una conversión genuina, basada en la fe y en la obediencia a Jesús Cristo. Dios no requiere más de nosotros una señal hecha en la carne, pero sí una señal hecha en nuestro corazón
“Por el contrario, el verdadero judío es aquel que es judío por dentro, aquel que tiene el corazón circuncidado; y eso es una cosa que el Espíritu de Dios hace y que la ley escrita no puede hacer…” (Rm 2. 29 – NTLH)
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